De los Capítulos de san Máximo Confesor, abad, Sobre la caridad
La caridad es aquella buena disposición del ánimo que nada antepone al
conocimiento de Dios. Nadie que esté subyugado por las cosas terrenas podrá
nunca alcanzar esta virtud del amor a Dios.
El que ama a Dios antepone su conocimiento a todas las cosas por él creadas, y
todo su deseo y amor tienden continuamente hacia él.
Como sea que todo lo que existe ha sido creado por Dios y para Dios, y Dios es
inmensamente superior a sus creaturas, el que dejando de lado a Dios,
incomparablemente mejor, se adhiere a las cosas inferiores demuestra con ello
que tiene en menos a Dios que a las cosas por él creadas.
El que me ama -dice el Señor- guardará mis mandamientos.
Este es mi mandamiento:que os améis unos a otros. Por tanto, el que no ama
al prójimo no guarda su mandamiento. Y el que no guarda su mandamiento no puede
amar a Dios.
Dichoso el hombre que es capaz de amar a todos los hombres por igual.
El que ama a Dios ama también inevitablemente al prójimo; y el que tiene este
amor verdadero no puede guardar para sí su dinero, sino que lo reparte según
Dios a todos los necesitados.
El que da limosna no hace, a imitación de Dios, discriminación alguna, en lo que
atañe a las necesidades corporales, entre buenos y malos, justos e injustos,
sino que reparte a todos por igual, a proporción de las necesidades de cada uno,
aunque su buena voluntad le inclina a preferir a los que se esfuerzan en
practicar la virtud, más bien que a los malos.
La caridad no se demuestra solamente con la limosna, sino sobre todo con el
hecho de comunicar a los demás las enseñanzas divinas y prodigarles cuidados
corporales.
El que, renunciando sinceramente y de corazón a las cosas de este mundo, se
entrega sin fingimiento a la práctica de la caridad con el prójimo pronto se ve
liberado de toda pasión y vicio, y se hace partícipe del amor y del conocimiento
divinos.
El que ha llegado a alcanzar en sí la caridad divina no se cansa ni decae en el
seguimiento del Señor su Dios, según dice el profeta Jeremías, sino que soporta
con fortaleza de ánimo todas las fatigas, oprobios e injusticias, sin desear mal
a nadie.
No os contentéis con decir -advierte el profeta Jeremías-:
«Somos templo delSeñor.» Tú no digas tampoco: «La sola y escueta fe en
nuestro Señor Jesucristo puede darme lasalvación.» Ello no es posible si no te
esfuerzas en adquirir también la caridadpara con Cristo, por medio de tus obras.
Por lo que respecta a la fe sola, dicela Escritura: También los demonios creen
y tiemblan.
El fruto de la caridad consiste en la beneficencia sincera y de corazón para con
el prójimo, en la liberalidad y la paciencia; y también en el recto uso de las
cosas.
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