jueves, 31 de agosto de 2023

Eres nuestro Bien

De las Instrucciones de san Columbano; abad

Escuchemos, hermanos, la voz de la Vida que nos invita a beber de la fuente de vida; el que nos llama es no sólo fuente de agua viva, sino también fuente de vida eterna, fuente de luz y de claridad; él es aquel de quien proceden todos los bienes de sabiduría, de vida y de luz eterna. El Autor de la vida es fuente de vida, el Creador de la luz es origen de toda claridad; por eso, despreciando las cosas visibles y pasando por encima de las cosas terrestres, dirijámonos hacia los bienes celestiales, sumergidos en el Espíritu como los peces en el agua, y dirijámonos a la fuente del agua viva para beber de ella el agua viva que brota para comunicar vida eterna.
Ojalá te dignaras, Dios de misericordia y Señor de todo consuelo, hacerme llegar hasta aquella fuente, para que en ella pudiera, junto con todos los sedientos, beber del agua viva en la fuente viva y, saciado con su abundante suavidad, me adhiriera con fuerza cada vez mayor a un tal manantial y pudiera decir: «¡Cuán dulce es la fuente del agua viva, cuyo manantial brota para comunicar vida eterna!»
Oh Señor, tú mismo eres aquella fuente que, aunque siempre bebamos de ella, siempre debemos estar deseando. Señor Jesucristo, danos sin cesar de ese agua para que brote en nuestro interior una fuente de agua viva que nos comunique la vida eterna. Pido cosas ciertamente grandes, ¿quién lo negará? Pero tú, Rey de la gloria, nos prometes dones excelsos y te complaces en dárnoslos: nada hay más excelso que tú mismo, y tú has querido darte y entregarte a nosotros.
Por eso te pedimos que nos enseñes a valorar lo que amamos, que eres tú mismo, pues nuestro amor no desea bien alguno fuera de ti. Tú eres, Señor, todo nuestro bien, nuestra vida y nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento y nuestra bebida. Infunde en nuestro corazón, Señor Jesús, la suavidad de tu Espíritu y hiere nuestra alma con tu amor para que cada uno de nosotros pueda decir con toda verdad: «Muéstrame dónde está el amor de mi alma, porque desfallezco, herido de amor.»
Deseo, Señor, desfallecer herido de esta forma. Dichosa el alma a quien de esta manera ha herido el amor: esta alma busca la fuente y bebe, siempre, sin embargo, bebiendo tiene sed, deseando encuentra agua, teniendo sed siempre bebe; así, amando siempre busca y cuando es herida es sanada. Ojalá se digne herirnos de este modo nuestro Dios y Señor Jesucristo, el piadoso y poderoso médico de nuestras almas, que es uno con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

miércoles, 30 de agosto de 2023

Hipocresía cristiana

"En aquel tiempo, Jesús dijo:
«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Por fuera tienen buena apariencia, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre; lo mismo vosotros: por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis repletos de hipocresía y crueldad".
Una fuerte afirmación y acusación de Jesús a los de su pueblo, pero que no sólo era para ellos, sino que puede ayudarnos a mirarnos en ese mismo espeje a más de uno de nosotros.
Aunque nos parezcan fuertes las palabras de Jesús tenemos que entender el motivo por el que las dice, y eso lo podemos ver en la carta de San Pablo: "sabéis perfectamente que, lo mismo que un padre con sus hijos, nosotros os exhortábamos a cada uno de vosotros, os animábamos y os urgíamos a llevar una vida digna de Dios, que os ha llamado a su reino y a su gloria".
Cuando Dios nos llama a ocupar un cargo o simplemente decidimos vivir como hijos de Dios, debemos entender que la misión que tenemos es anunciar Su Palabra y no nuestro parecer respecto a Su Palabra, pues ya no sería Palabra de Dios, sino que es palabra humana.
"Por tanto, también nosotros damos gracias a Dios sin cesar, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes".
Cuando nos decimos que somos cristianos tenemos que comprender que debemos vivir la Palabra de Dios, sin quitarle las exigencias que nos pide vivir.
Hoy en día no somos pocos los cristianos que queremos vivir según un modelo mundano la palabra de Dios, haciendo así que la Palabra no nos salve, sino que sólo sea un paliativo para dejar nuestra conciencia tranquila. Pero la conciencia tranquila no salva nuestra alma, sino que nos salva y ayudamos a salvar al hombre, viviendo en fidelidad a la Palabra de Dios, pues es la única Palabra que da Vida al Hombre.
Por eso no debemos dejarnos convencer con las palabra de aquellos que en lugar de luchar contra el mundo y la carne, buscan hacer que la Palabra de Dios se adapte a las exigencias del mundo y de la carne, haciendo así que lo que vivamos sea en el espíritu del mundo y no en el Espíritu de Dios.

martes, 29 de agosto de 2023

Precursor de su vida y de su muerte

 De las Homilías de san Beda el Venerable, presbítero


El santo Precursor del nacimiento, de la predicación y de la muerte del Señor mostró en el momento de la lucha suprema una fortaleza digna de atraer la mirada de Dios, ya que, como dice la Escritura, aunque, a juicio de los hombres, haya sufrido castigos, su esperanza estaba llena de inmortalidad. Con razón celebramos su día natalicio, que él ha solemnizado con su martirio y adornado con el fulgor purpúreo de su sangre; con razón veneramos con gozo espiritual la memoria de aquel que selló con su martirio el testimonio que había dado del Señor. 


No debemos poner en duda que san Juan sufrió la cárcel y las cadenas y dio su vida en testimonio de nuestro Redentor, de quien fue precursor, ya que, si bien su perseguidor no lo forzó a que negara a Cristo, si trató de obligarlo a que callara la verdad; ello es suficiente para afirmar que murió por Cristo.


Cristo, en efecto, dice: Yo soy la verdad; por consiguiente, si Juan derramó su sangre por la verdad, la derramó por Cristo; y él, que precedió a Cristo en su nacimiento en su predicación y en su bautismo, anunció también con su martirio, anterior al de Cristo, la pasión futura del Señor.


Este hombre tan eximio terminó, pues, su vida derramando su sangre, después de un largo y penoso cautiverio. Él, que había evangelizado la libertad de una paz que viene de arriba, fue encarcelado por unos hombres malvados; fue encerrado en la oscuridad de un calabozo aquel que vino a dar testimonio de la luz y a quien Cristo, la luz en persona, dio el título de «lámpara que arde y que ilumina»; fue bautizado en su propia sangre aquel a quien fue dado bautizar al Redentor del mundo, oír la voz del Padre que resonaba sobre Cristo y ver la gracia del Espíritu Santo que descendía sobre él. Mas a él, todos aquellos tormentos temporales no le resultaban penosos, sino más bien leves y agradables, ya que los sufría por causa de la verdad y sabía que habían de merecerle un premio y un gozo sin fin. 


La muerte —que de todas maneras había de acaecerle por ley natural— era para él algo apetecible, teniendo en cuenta que la sufría por la confesión del nombre de Cristo y que con ella alcanzaría la palma de la vida eterna. Bien lo dice el Apóstol: Dios os ha dado la gracia de creer en Jesucristo y aun de padecer por él. El mismo Apóstol explica, en otro lugar, por qué sea un don el hecho de sufrir por Cristo: Los padecimientos de esta vida presente tengo por cierto que no son nada en comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros.

domingo, 27 de agosto de 2023

El mejor regalo

"Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás! porque eso no te lo ha revelado nadie ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está los cielos".

Aunque creamos que el don de la Fe lo podemos conseguir si nos lo propones, no es así. El Don de la Fe, como bien la palabra lo dice, es algo que viene, que se nos da, que se nos regala, y, como Jesús le dice a Pedro, “no lo ha revelado nadie, ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos”.
Sí es cierto que para recibirlo debemos tener un corazón dispuesto a ello, pues si el corazón del hombre está cerrado a creer en el Misterio de la Fe, no será posible recibirlo. Y, una vez recibido, corre por cuenta nuestra el mantenerlo y madurarlo con el tiempo.
Como dice Jesús en la parábola del grano de mostaza: es una pequeña semilla que se siembra en nuestro corazón y puede llegar a hacerse un gran árbol, pero para ello hay que saber cultivarlo.
Todos los bautizados hemos recibido el Don de la FE el día de nuestro bautismo, pero no todos han aprendido a cultivarlo y a madurarlo. En algunos se ha quedado guardado ese día y nadie los ha ayudado a descubrirlo, pues sus padres y padrinos no han hecho nada para educar a sus hijos y ahijados en la Fe. Otros lo han madurado un poco en la catequesis de Primera Comunión, pero después no han continuado.
Sólo aquellos que han sabido descubrirlo por sí solos o por la ayuda de algún instrumento, que Dios ha puesto en su camino, han podido seguir madurando el Don de la FE y han alcanzado la Gracia de poder creer en la Palabra de Jesús, y vivir la alegría del Evangelio.
Cuando abrimos el corazón al Espíritu podemos llegar a entablar un diálogo sincero con las Personas Divina, y eso nos ayuda a entender y comprender que no creemos en ideas, sino que creemos en Personas: un Padre, Dios Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra; en su Unigénito, Nuestro Señor Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, que por amor se entregó en la Cruz para resucitar y darnos una Vida Nueva con su Vida hecha Eucaristía, en el Espíritu Santo, Dios Amor que nos ayuda a pedir lo que nos conviene y nos alienta para seguir recorriendo el camino de la santidad.
Y así, en ese diálogo de corazón a corazón, encontrándonos con Ellos en las Sagradas Escrituras vamos aprendiendo y madurando ese hermoso Don que el Señor nos ha regalado, y que nos ha sido dado para alcanzar la plenitud de nuestro ser, y la Bienaventuranza eterna. 

sábado, 26 de agosto de 2023

Contemplad al Señor y quedaréis radiantes

Del Comentario de san Gregorio de Agrigento, obispo, sobre el Eclesiastés

Dulce es la luz, como dice el Eclesiastés, y es cosa muy buena contemplar con nuestros ojos este sol visible. Sin la luz, en efecto, el mundo se vería privado de su belleza, la vida dejaría de ser tal. Por esto Moisés, el vidente de Dios, había dicho ya antes: Y vio Dios que la luz era buena. Pero nosotros debemos pensar en aquella magna, verdadera y eterna luz que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre, esto es, Cristo, salvador y redentor del mundo, el cual, hecho hombre, compartió hasta lo último la condición humana; acerca del cual dice el salmista: Cantad a Dios, tocad en su honor, alfombrad el camino del que avanza por el desierto; su nombre es el Señor: alegraos en su presencia.
Aplica a la luz el apelativo de dulce, y afirma ser cosa buena el contemplar con los propios ojos el sol de la gloria, es decir, a aquel que en el tiempo de su vida mortal dijo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Y también: La causa de la condenación es ésta: Que la luz ha venido al mundo. Así, pues, al hablar de esta luz solar que vemos con nuestros ojos corporales, anunciaba de antemano al Sol de justicia, el cual fue en verdad sobremanera dulce para aquellos que tuvieron la dicha de ser instruidos por él y de contemplarlo con sus propios ojos mientras convivía con los hombres, como otro hombre cualquiera, aunque en realidad no era un hombre como los demás. En efecto, era también Dios verdadero, y por esto hizo que los ciegos vieran, que los cojos caminaran, que los sordos oyeran, limpió a los leprosos, resucitó a los muertos con el solo imperio de su voz.
Pero también ahora es cosa dulcísima fijar en él los ojos del espíritu, y contemplar y meditar interiormente su pura y divina hermosura y así, mediante esta comunión y este consorcio, ser iluminados y embellecidos, ser colmados de dulzura espiritual, ser revestidos de santidad, adquirir la sabiduría y rebosar, finalmente, de una alegría divina que se extiende a todos los días de nuestra vida presente. Esto es lo que insinuaba el sabio Eclesiastés cuando decía: Si uno vive muchos años, que goce de todos ellos. Porque realmente aquel Sol de justicia es fuente de toda alegría para los que lo miran; refiriéndose a él dice el salmista: Gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría; y también: Alegraos, justos, en el Señor, que merece la alabanza de los buenos.

viernes, 25 de agosto de 2023

Mi corazón se alegra con el Señor

Del Comentario de san Gregorio de Agrigento, obispo, sobre el Eclesiastés

Anda, come tu pan con alegría y bebe tu vino con alegre corazón, que Dios está ya contento con tus obras.
Si queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato, diremos con razón que nos parece justa la exhortación del Eclesiastés, de que, llevando un género de vida sencillo y adhiriéndonos a las enseñanzas de una fe recta para con Dios, comamos nuestro pan con alegría y bebamos nuestro vino con alegre corazón, evitando toda maldad en nuestras palabras y toda sinuosidad en nuestra conducta, procurando, por el contrario, hacer objeto de nuestros pensamientos todo aquello que es recto, y procurando, en cuanto nos sea posible, socorrer a los necesitados con misericordia y liberalidad; es decir, entregándonos a aquellos afanes y obras en que Dios se complace.
Pero la interpretación mística nos eleva a consideraciones más altas y nos hace pensar en aquel pan celestial y místico, que baja del cielo y da la vida al mundo; y nos enseña asimismo a beber con alegre corazón el vino espiritual, aquel que manó del costado del que es la vid verdadera, en el tiempo de su pasión salvadora. Acerca de los cuales dice el Evangelio de nuestra salvación: Jesús tomó pan, dio gracias, y dijo a sus santos discípulos y apóstoles: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros para el perdón de los pecados.» Del mismo modo, tomó el cáliz, y dijo: «Bebed todos de él, éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.» En efecto, los que comen de este pan y beben de este vino se llenan verdaderamente de alegría y de gozo y pueden exclamar: Has puesto alegría en nuestro corazón.
Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nuestro salvador, se refiere también, creo yo, a este pan y este vino, cuando dice en el libro de los Proverbios: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado, indicando la participación sacramental del que es la Palabra. Los que son dignos de esta participación tienen en toda sazón sus ropas, es decir, las obras de la luz, blancas como la luz, tal como dice el Señor en el Evangelio: Alumbre vuestra luz a los hombres para que, viendo vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre celestial. Y tampoco faltará nunca sobre su cabeza el ungüento rebosante, es decir, el Espíritu de la verdad, que los protegerá y los preservará de todo pecado.

miércoles, 23 de agosto de 2023

Buscad las cosas de arriba

Del Comentario de san Jerónimo presbítero, sobre el Eclesiastés

Cuando a cualquier hombre Dios da riquezas y hacienda y le permite disfrutar de ellas, tomar su paga y holgarse en medio de sus fatigas, esto es un don de Dios. Porque así no tiene que pensar mucho en los días de su vida, mientras Dios le llena de alegría el corazón. Lo que se afirma aquí es que, en comparación de aquel que come de sus riquezas en la oscuridad de sus muchos cuidados y reúne con enorme cansancio bienes perecederos, es mejor la condición del que disfruta de lo presente. Éste, en efecto, disfruta de un placer, aunque pequeño; aquél, en cambio, sólo experimenta grandes preocupaciones. Y explica el motivo por qué es un don de Dios el poder disfrutar de las riquezas: Porque así no tiene que pensar mucho en los días de su vida.
Dios, en efecto, hace que se distraiga con alegría de corazón: no estará triste, sus pensamientos no lo molestarán, absorto como está por la alegría y el goce presente. Pero es mejor entender esto, según el Apóstol, de la comida y bebida espirituales que nos da Dios, y reconocer la bondad de todo aquel esfuerzo, porque se necesita gran trabajo y esfuerzo para llegar a la contemplación de los bienes verdaderos. Y ésta es la suerte que nos pertenece: alegrarnos de nuestros esfuerzos y fatigas. Lo cual, aunque es bueno, sin embargo no es aún la bondad total, hasta que se manifieste Cristo, que es nuestra vida.
Todo el mundo se fatiga para comer y, a pesar de todo, nunca se sacia su alma. ¿En qué supera el sabio al necio? ¿En qué al pobre que sabe vivir su vida? Todo aquello por lo cual se fatigan los hombres en este mundo se consume con la boca y, una vez triturado por los dientes, pasa al vientre para ser digerido. Y el pequeño placer que causa a nuestro paladar dura tan sólo el momento en que pasa por nuestra garganta.
Y, después de todo esto, nunca se sacia el alma del que come: ya porque vuelve a desear lo que ha comido (y tanto el sabio como el necio no pueden vivir sin comer, y el pobre sólo se preocupa de cómo podrá sustentar su débil organismo para no morir de inanición), ya porque el alma ningún provecho saca de este alimento corporal, y la comida es igualmente necesaria para el sabio que para el necio, y allí se encamina el pobre donde adivina que hallará recursos.
Es preferible entender estas afirmaciones como referidas al hombre eclesiástico, el cual, instruido en las Escrituras santas, se fatiga para comer y, a pesar de todo, nunca se sacia su alma, porque siempre desea aprender más. Y en esto sí que el sabio aventaja al necio; porque, sintiéndose pobre (aquel pobre que es proclamado dichoso en el Evangelio), trata de comprender aquello que pertenece a la vida, anda por el camino angosto y estrecho que lleva a la vida, es pobre en obras malas y sabe dónde habita Cristo, que es la vida.

martes, 22 de agosto de 2023

Reina del mundo y de la paz

De las Homilías de san Amadeo de Lausana, obispo

Observa cuán adecuadamente brilló por toda la tierra, ya antes de la asunción, el admirable nombre de María y se difundió por todas partes su ilustre fama, antes de que fuera ensalzada su majestad sobre los cielos. Convenía, en efecto, que la Madre virgen, por el honor debido a su Hijo, reinase primero en la tierra y, así, penetrara luego gloriosa en el cielo; convenía que fuera engrandecida aquí abajo, para penetrar luego, llena de santidad, en las mansiones celestiales, yendo de virtud en virtud y de gloria en gloria por obra del Espíritu del Señor.
Así pues, durante su vida mortal gustaba anticipadamente las primicias del reino futuro, ya sea elevándose hasta Dios con inefable sublimidad, como también descendiendo hacia sus prójimos con indescriptible caridad. Los ángeles la servían, los hombres le tributaban su veneración. Gabriel y los ángeles la asistían con sus servicios; también los apóstoles cuidaban de ella, especialmente san Juan, gozoso de que el Señor, en la cruz, le hubiese encomendado su madre virgen, a él, también virgen. Aquéllos se alegraban de contemplar a su reina, éstos a su señora, y unos y otros se esforzaban en complacerla con sentimientos de piedad y devoción.
Y ella, situada en la altísima cumbre de sus virtudes, inundada como estaba por el mar inagotable de los carismas divinos, derramaba en abundancia sobre el pueblo creyente y sediento el abismo de sus gracias, que superaban a las de cualquiera otra creatura. Daba la salud a los cuerpos y el remedio para las almas, dotada como estaba del poder de resucitar de la muerte corporal y espiritual. Nadie se apartó jamás triste o deprimido de su lado, o ignorante de los misterios celestiales. Todos volvían contentos a sus casas, habiendo alcanzado por la madre del Señor lo que deseaban.
Plena hasta rebosar de tan grandes bienes, la esposa, madre del esposo único, suave y agradable, llena de delicias, como una fuente de los jardines espirituales, como un pozo de agua viva y vivificante, que mana con fuerza del Líbano divino, desde el monte de Sión hasta las naciones extranjeras, hacía derivar ríos de paz y torrentes de gracia celestial. Por esto, cuando la Virgen de las vírgenes fue llevada al cielo por el que era su Dios y su Hijo, el rey de reyes, en medio de la alegría y exultación de los ángeles y arcángeles y de la aclamación de todos los bienaventurados, entonces se cumplió la profecía del Salmista, que decía al Señor: De pie a tu derecha está la reina enjoyada con oro de Ofir.

lunes, 21 de agosto de 2023

Riqueza o Vida

"En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?»
Hoy en día creo que ninguno haría esta pregunta, y no porque no quisiéramos la vida eterna, sino porque no pensamos en la vida eterna. Creo, que, inconscientemente pensamos que viviremos para siempre y que tenemos asegurado el cielo, y no porque confiemos en la misericordia de Dios, sino porque no hacemos mal a nadie. Pero no hacer mal a nadie, o como se dice entre los cristianos: como no mato ni robo... Y entonces creemos que todo está bien.
"Jesús le contestó:
«¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos».
Él le preguntó: «¿Cuáles?».
Jesús le contestó: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo».
El joven le dijo: «Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?».
En realidad la pregunta era más profunda, o por lo menos así lo parece. No era acerca de la vida eterna, sino del sentido de la vida terrena, porque, al parecer, vivir los mandamientos no le llenaba de sentido su vida, buscaba algo más para vivir. Por eso el Señor le responde:
«Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo- y luego ven y sígueme».
El seguir de manera más especial a Jesús, como lo hicieron los apóstoles, era el sentido que podría llenar la vida de ese joven, pues aparentemente eso era lo que buscaba, pues ya que lo anterior no le llenaba la vida. Pero...
"Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico".
Pero... a veces no queremos dejar de vivir en el mundo, aunque sintamos que eso no nos llena, porque creemos que, como dice la gente: es un desperdicio una entrega total de la vida a Dios. La consagración a Dios de un modo especial, tanto en el sacerdocio como la vida religiosa, es, para el mundo desperdiciar la vida. Y, por eso, pareciera que se prefiere seguir teniendo ese vacío en el alma, pero riqueza en la vida.

domingo, 20 de agosto de 2023

Apreciar lo nuestro

"Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».

Los católicos, muchos de nosotros, no sabemos apreciar lo que nos brinda Dios, a través de la Iglesia, para madurar y fortalecer nuestra vida espiritual, nuestra vida de fe.
En este diálogo entre Jesús y la mujer, Él se refiere a los hijos de Israel a quienes Él ha sido enviado por el Padre para ayudarle a encontrar el Camino hacia la Vida. Y no ha venido a ayudar a otros, pues esa no era su misión. La respuesta de la mujer es muy humilde y sabia. Por un lado, acepta no ser parte del Pueblo Elegido por Dios, pero sabe que, si el Pueblo de Dios no “aprovecha” el Don de Dios, los demás pueden aprovecharlo. Y ahí, ella, demuestra la fe que tiene en Jesús, una fe que, muchos del Pueblo de Dios, no han sabido vivir.
Así nos puede suceder a nosotros, los católicos, pues en la Iglesia tenemos un cúmulo de sacramentos, de actos litúrgicos, de material de espiritualidad, de ejemplos de santos, que, me parece, que muchas veces sólo usamos el 1% de lo que tenemos, y, lo más esencial y lleno de Gracia que tenemos no lo “aprovechamos” para nuestra salvación. ¿Qué es lo que menos apreciamos o le damos importancia en nuestra vida de fe? La celebración de la Eucaristía y el Sacramento de la Reconciliación.
La Gracia que el Señor nos brinda en el Sacramento de la Reconciliación (confesión sacramental) no la tenemos por un momento fuerte en nuestras vidas. Son pocos los que llegan a confesarse y dejar en manos del Señor sus pecados, para poder tener un corazón siempre preparado para recibirlo, y recibir las Gracias que Él tiene para cada uno.
Y, sobre todo, la Eucaristía es algo que, también, tenemos en segundo plano. Eso es para los niños que toman la Primera Comunión (y muchas veces la última) porque eso es más para los mayores y las abuelas, que para los adultos que no tienen tiempo de ir a misa. Y, si en algún momento van (sobre todo en la comunión de los hijos o en algún funeral) se acercan a recibir la Eucaristía sin haber preparado el corazón con el sacramento de la reconciliación.
Sí, y así podría ir desgranando todos los sacramentos y los caminos de Gracia que tenemos en la Iglesia, pero que, hoy en día, nos pasa con los hijos de Israel que no sabemos mirar con ojos de fe. 

sábado, 19 de agosto de 2023

Quien perdona los pecados?

Del Sermón de san Paciano, obispo, Sobre el bautismo

Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seamos también imagen del hombre celestial; porque el primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo es del cielo. Obrando así, amadísimos, ya no moriremos más. Porque, aunque este nuestro cuerpo se deshaga, viviremos en Cristo, como afirma él mismo: Quien a mí se una con viva fe, aunque muera, vivirá.
Tenemos la certeza, basada en el testimonio del Señor, de que Abraham, Isaac y Jacob y todos los santos de Dios están vivos, ya que, refiriéndose a ellos, dice el Señor: No es, pues, Dios de muertos, sino de vivos; en efecto, para él todos están vivos. Y el Apóstol dice de sí mismo: Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia; ansío partir para estar con Cristo. Y también: Mientras vivimos estamos desterrados lejos del Señor; caminamos sin verlo, guiados por la fe. Tal es nuestra fe, hermanos muy amados. Por lo demás, si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desdichados. La vida puramente natural, como vosotros mismos podéis comprobar, nos es común, aunque no igual en duración, con la de los animales, bestias y aves. Pero lo específico del hombre, lo que nos ha dado Cristo por el Espíritu, es la vida eterna, a condición de que ya no pequemos más. Pues así como la muerte viene por el pecado, así también nos libramos de ella por la práctica de la virtud; la vida, por tanto, se pierde con las malas acciones, se conserva con una vida virtuosa. El sueldo del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna en unión con Cristo Jesús, Señor nuestro.
Él es, ciertamente, quien nos ha redimido, perdonándonos por pura gracia todos nuestros pecados —como dice el Apóstol— y borrando la nota desfavorable de nuestra deuda escrita sobre el rollo de los preceptos; él la arrancó de en medio y la clavó en la cruz. Con esto Dios despojó a los principados y potestades, y los expuso a la vista de todos, incorporándolos al cortejo triunfal de Cristo. Él liberta a los cautivos y rompe nuestras cadenas, como había predicho el salmista: El Señor hace justicia a los oprimidos, el Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego. Y también: Rompiste mis cadenas, te ofreceré un sacrificio de alabanza. Esta liberación tuvo lugar cuando, por el sacramento del bautismo, nos reunimos bajo el estandarte del Señor, quedando así liberados por la sangre y el nombre de Cristo.
Así pues, amadísimos hermanos, de una vez para siempre somos purificados, somos libertados, somos recibidos en el reino inmortal; de una vez para siempre, dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado. Mantened con firmeza lo que habéis recibido, conservadlo con alegría, no pequéis más. Conservaos así puros e inmaculados para el día del Señor.

viernes, 18 de agosto de 2023

Renovados por Cristo

Del Sermón de san Paciano, obispo, Sobre el bautismo

El pecado de Adán había pasado a todo el género humano, ya que, como dice el Apóstol: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres. Por consiguiente, es necesario que la justicia de Cristo pase también a todo el género humano; y así como Adán, por su pecado, fue causa de perdición para toda su estirpe, así Cristo, por su justicia, es causa de vida para su linaje. El Apóstol insiste en ello diciendo: Como por la desobediencia de un solo hombre todos los demás quedaron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos quedarán constituidos justos; para que así como reinó el pecado produciendo la muerte así también reine la gracia por la justificación, dándonos vida eterna.
Alguien podrá objetarme: «Pero el pecado de Adán con razón pasó a sus descendientes, ya que procedían de él; pero, ¿es que hemos sido engendrados por Cristo, para que podamos salvarnos por causa de él?» No penséis de modo carnal: ya veréis de qué manera hemos sido engendrados por Cristo. En la plenitud de los tiempos, Cristo tomó de María un alma y un cuerpo, porque había venido a salvar al hombre, porque no quería dejarlo bajo el poder de la muerte; por esto se unió a él y se hizo una cosa con él. Éstas son las bodas del Señor con las que se une a nuestra carne, así se realiza aquel gran misterio por el que Cristo y la Iglesia se unen en una sola persona.
De estas bodas nace el pueblo cristiano, con la fuerza del Espíritu del Señor, que le viene de lo alto; y con la semilla celestial, que se vierte sobre nuestras almas y se introduce en ellas, nos vamos formando en el seno maternal de la Iglesia, la cual nos da a luz para la nueva vida en Cristo. De ahí que dice el Apóstol: El primer hombre, Adán, se convirtió en ser vivo; el último Adán, en espíritu que da vida. De este modo nos engendra Cristo en la Iglesia por obra de sus sacerdotes, como dice el mismo Apóstol: Yo os engendré para Cristo. Y así, la semilla de Cristo, esto es, el Espíritu de Dios, da salida al hombre nuevo, gestado en el seno de la madre Iglesia y dado a luz en la fuente bautismal, por mano del sacerdote, actuando la fe como madrina de bodas.
Pero hay que recibir a Cristo para que nos engendre, tal como dice el apóstol Juan: A cuantos lo recibieron dio poder de llegar a ser hijos de Dios. Todo esto no puede realizarse sino mediante el signo del baño, del crisma y del obispo. Por el baño bautismal, en efecto, somos purificados de nuestros pecados; por el crisma se derrama sobre nosotros él Espíritu Santo; y ambas cosas las impetramos por la mano y la boca del obispo; y así todo el hombre renace y es renovado en Cristo, para que así como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también nosotros vivamos una vida nueva, esto es, despojándonos de los errores de nuestra vida anterior, permanezcamos en Cristo por nuestra conducta renovada por obra del Espíritu.

jueves, 17 de agosto de 2023

Una misma vara

¿Qué podemos decir que no hayamos escuchado de la parábola del perdón de la deuda? A veces creo que el Señor quiere que recordemos, de vez en cuando, lo que se nos olvida tan fácilmente: es el perdón, la misericordia. Porque el perdón y la misericordia siempre lo queremos hacia nosotros, pero, a veces, con la gente que más nos cuesta entablar una amistad, o que más nos cuesta de relacionarnos, o con la que hemos sentado algún prejuicio es con la que más nos cuesta ser misericordiosos y perdonar, o, en algún caso, pedirle perdón.
Pero también podemos utilizar esta parábola en otro sentido: muchos nos jactamos de que "yo digo siempre lo que pienso, y siempre digo la verdad, aunque a alguien no le guste". Y eso está bien. Pero cuando a esa persona le dicen la verdad y lo que los demás piensan, no le gusta recibirlo. Porque muchos somos muy listos y muy "veraces" y fuertes, hasta que nos toca recibir algo que no nos gusta, entonces ahí sí que nos ponemos a la defensiva.
Y ahí está también el uso de esta parábola: aceptar lo que no me gusta para pensar si lo que me están diciendo es bueno o no para mí, a pesar de cómo me lo digan y de quién me lo diga. Pero si a mi me gusta decir siempre las cosas de frente, tengo que aceptar que también me las digan de frente. No puedo usar sólo me regla para los demás y no para mí, aunque me considere el mejor de los cristianos (que, generalmente, no lo somos tanto)
Por eso, en todos los casos, tengo que usar de misericordia, no porque tenga que medir mis palabras al decirlas, sino porque tengo que aprender que si quiero que Dios use de misericordia para conmigo, también tengo que aprender a usarla para con mis hermanos. ¿Acaso Dios te ha negado alguna vez el perdón? Entonces ¿por qué niegas tú la misericordia y el perdón?
Así, cuando tenga que decir algo que yo creo que es verdad, tendré que pensar primero cómo se lo digo, pues eso que yo creo que puede ser verdad quizás no lo sea, y, por tanto, tendré que hablar con mi hermano para saber si lo que pienso es verdad o no.
Si Dios usara con nosotros la misma vara con la que medimos a los demás, ¡pobre de nosotros!

miércoles, 16 de agosto de 2023

Atar y desatar

"En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos".
Una frase de Jesús que se podría entender de dos maneras y, creo, que las dos formas serían válidas y nos ayudarán a reflexionar.
Primero es que esta afirmación de Jesús viene luego de hablar de la corrección fraterna, por eso, podríamos decir o pensar, que todo lo que, cada uno de nosotros, hable, diga o haga con nuestros hermanos quedará atado o desatado en el cielo. Si hacemos o hablamos bien de nuestros hermanos eso quedará registrado en el Cielo y se nos tendrá en cuenta en el día del juicio. Pero si hacemos o hablamos mal de nuestros hermanos, también quedará atado en el cielo y se tendrá en cuenta para el día del juicio. Porque, en realidad, todo lo que hagamos con nuestros hermanos a Jesús se lo hacemos, y así nos lo dijo Él cuando habló del juicio final: todo lo que hagáis con mis hermanos a mi me lo hacéis.
Y, segundo, es que se interpreta, también, para el sacramento de la reconciliación. Jesús dejó en las manos de los apóstoles y éstos en sus sucesores, y en los presbíteros, después, el Don de atar y desatar nuestros pecados. La absolución sacramental de nuestros pecados nos libera del peso que llevamos y borra del Cielo aquellos que hemos realizado en contra de la Voluntad de Dios. Y es algo que tenemos que tener en cuenta, no somos los sacerdotes quiénes tenemos el poder de atar y desatar, sino que es Jesús en la persona del sacerdote quien ata y desata nuestros pecados.
Por todo esto es importante tener presente lo que hacemos con nuestros hermanos y cómo nos vamos redimiendo cada vez que nos confesamos de nuestros pecados, así nuestra alma, con la Gracia de Dios, va recibiendo la fortaleza necesaria para vivir, cada día, más intensamente en la fidelidad a la Voluntad de Dios.

martes, 15 de agosto de 2023

Tu Cuerpo Santo y Glorioso

De la Constitución apostólica Munificentissimus Deus del papa Pío doce

Los santos Padres y grandes doctores, en las homilías y disertaciones dirigidas al pueblo en la fiesta de la Asunción de la Madre de Dios, hablan de este hecho como de algo ya conocido y aceptado por los fieles y lo explican con toda precisión, procurando sobre todo hacerles comprender que lo que se conmemora en esta festividad es no sólo el hecho de que el cuerpo sin vida de la Virgen María no estuvo sujeto a la corrupción, sino también su triunfo sobre la muerte y su glorificación en el cielo, a imitación de su Hijo único Jesucristo.
Y, así, san Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:
«Convenía que aquella que en el parto había conservado intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía que aquella que había visto a su Hijo en la cruz y cuya alma había sido atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda creatura como Madre y esclava de Dios.»
Según el punto de vista de san Germán de Constantinopla, el cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina, sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal:
«Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y partícipe de la vida perfecta.»
Otro antiquísimo escritor afirma:
«La gloriosa Madre de Cristo, nuestro Dios y salvador, dador de la vida y de la inmortalidad, por él es vivificada, con un cuerpo semejante al suyo en la incorruptibilidad, ya que él la hizo salir del sepulcro y la elevó hacia sí mismo, del modo que él solo conoce.»
Todos estos argumentos y consideraciones de los santos Padres se apoyan, como en su último fundamento, en la sagrada Escritura; ella, en efecto, nos hace ver a la santa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo divino y solidaria siempre de su destino.
Y sobre todo hay que tener en cuenta que, ya desde el siglo segundo, los santos Padres presentan a la Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a él, aunque de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que, como se anuncia en el protoevangelio, había de desembocar en una victoria absoluta sobre el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los escritos del Apóstol de los gentiles. Por lo cual, así como la gloriosa resurrección de Cristo fue la parte esencial y el último trofeo de esta victoria, así también la participación que tuvo la santísima Virgen en esta lucha de su Hijo había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal, ya que, como dice el mismo Apóstol: Cuando esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: «La muerte ha sido absorbida en la victoria.»
Por todo ello, la augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen integérrima en su divina maternidad, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos.

lunes, 14 de agosto de 2023

Ideal de Vida Apostólica

De las cartas de san Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir.

Me llena de gozo, querido hermano, el celo que te anima en la propagación de la gloria de Dios. En la actualidad se da una gravísima epidemia de indiferencia, que afecta, aunque de modo diverso, no sólo a los laicos, sino también a los religiosos. Con todo, Dios es digno de una gloria infinita. Siendo nosotros pobres criaturas limitadas y, por tanto, incapaces de rendirle la gloria que él merece, esforcémonos, al menos, por contribuir, en cuanto podamos, a rendirle la mayor gloria posible.
La gloria de Dios consiste en la salvación de las almas, que Cristo ha redimido con el alto precio de su muerte en la cruz. La salvación y la santificación más perfecta del mayor número de almas debe ser el ideal más sublime de nuestra vida apostólica. Cuál sea el mejor camino para rendir a Dios la mayor gloria posible y llevar a la santidad más perfecta el mayor número de almas, Dios mismo lo conoce mejor que nosotros, porque él es omnisciente e infinitamente sabio. Él, y sólo él, Dios omnisciente, sabe lo que debemos hacer en cada momento para rendirle la mayor gloria posible. ¿Y cómo nos manifiesta Dios su propia voluntad? Por medio de sus representantes en la tierra. La obediencia, y sólo la santa obediencia, nos manifiesta con certeza la voluntad de Dios. Los superiores pueden equivocarse, pero nosotros obedeciendo no nos equivocamos nunca. Se da una excepción: cuando el superior manda algo que con toda claridad y sin ninguna duda es pecado, aunque éste sea insignificante; porque en este caso el superior no sería el representante de Dios.
Dios, y solamente Dios infinito, infalible, santísimo y clemente, es nuestro Señor, nuestro creador y Padre, principio y fin, sabiduría, poder y amor: todo. Todo lo que no sea él vale en tanto en cuanto se refiere a él, creador de todo, redentor de todos los hombres y fin último de toda la creación. Es él quien, por medio de sus representantes aquí en la tierra, nos revela su admirable voluntad, nos atrae hacia sí, y quiere por medio nuestro atraer al mayor número posible de almas y unirlas a sí del modo más intimo y personal.
Querido hermano, piensa qué grande es la dignidad de nuestra condición por la misericordia de Dios. Por medio de la obediencia nosotros nos alzamos por encima de nuestra pequeñez y podemos obrar conforme a la voluntad de Dios. Más aún: adhiriéndonos así a la divina voluntad, a la que no puede resistir ninguna criatura, nos hacemos más fuertes que todas ellas. Ésta es nuestra grandeza; y no es todo: por medio de la obediencia nos convertimos en infinitamente poderosos.
Éste y sólo éste es el camino de la sabiduría y de la prudencia, y el modo de rendir a Dios la mayor gloria posible. Si existiese un camino distinto y mejor, Jesús nos lo hubiera indicado con sus palabras y su ejemplo. Los treinta años de su vida escondida son descritos así por la sagrada Escritura: Y les estaba sujeto. Igualmente, por lo que se refiere al resto de la vida toda de Jesús, leemos con frecuencia en la misma sagrada Escritura que él había venido a la tierra para cumplir la voluntad del Padre.
Amemos sin límites a nuestro buen Padre: amor que se demuestra a través de la obediencia y se ejercita sobre todo cuando nos pide el sacrificio de la propia voluntad. El libro más bello y auténtico donde se puede aprender y profundizar este amor es el Crucifijo. Y esto lo obtendremos mucho más fácilmente de Dios por medio de la Inmaculada, porque a ella ha confiado Dios toda la economía de la misericordia.
La voluntad de María, no hay duda alguna, es la voluntad del mismo Dios. Nosotros, por tanto, consagrándonos a ella, somos también como ella, en las manos de Dios, instrumentos de su divina misericordia. Dejémonos guiar por María; dejémonos llevar por ella, y estaremos bajo su dirección tranquilos y seguros: ella se ocupará de todo y proveerá a todas nuestras necesidades, tanto del alma como del cuerpo; ella misma removerá las dificultades y angustias nuestras.

domingo, 13 de agosto de 2023

No podrás solo

Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame».

A veces creemos, o nos lo han hecho creer, que pedir ayuda o perdón es signo de debilidad de la persona, que eso no es posible para un alma fuerte y autosuficiente. Sin embargo, lo más importante de este evangelio, me parece a mí, es la frase de Pedro: Señor, sálvame.
Pedro en su espíritu fuerte y aguerrido quiso, como Jesús, caminar sobre las aguas (quizás quería ser como Él) y por eso Jesús no dudó en llamarlo a hacer lo que Él, pero llegó un momento en que no pudo seguir por el mido a las aguas y comenzó a hundirse. Quizás, si hubiese dejado que lo domine el orgullo podría haberse ahogado, pero, sin embargo no dudó en pedir ayuda al Señor, pues sabía que él no podría seguir con ese mismo propósito.
Muchas veces, a nosotros mismos, nos sucede que por orgullo no pedimos ayuda, que por vergüenza no hablamos de lo que nos pasa, y nos hundimos en nuestros pensamientos, en nuestras oscuridades. Otras veces, también por el mismo orgullo, no pedimos disculpas o perdón, no decimos que nos hemos equivocado, y así dejamos de lado que esos dolores se vayan acumulando en el alma, produciendo más dolor del que podríamos cargar; o, en otros momentos esos dolores se confunden o se transforman en rencor, que si se acumula llega a ser odio hacia nuestros hermanos. Y así seguimos dejando de lado amistades, a familiares, a gente que antes nos hacía bien estar con ellos, pero ahora ya no están a mi lado, y no puedo contar con ellas porque me oculto detrás de mi orgullo y no puedo decir: Señor, sálvame; hermano, perdóname…
Por todo esto me parece que lo más importante de este evangelio no es que Pedro haya podido caminar sobre las aguas, aunque sea de la mano del Señor, sino que haya tenido la fuerza y el valor, incluso delante de los otros apóstoles, de reconocer su limitación, su miedo y decir: Señor, sálvame.
Así fue un primer paso que dio desde su corazón para que, después del arresto del Señor, pudiera llorar amargamente y arrepentirse de haber negado a Jesús. Su corazón, poco a poco, fuer fortaleciéndose para poder arrepentirse y volver al Señor, pues, como le dijo Jesús en la Última Cena: “Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos”. Así, nuestros arrepentimientos y pedidos de perdón serán siempre un testimonio de nuestra fortaleza en el espíritu para seguir amando como Él nos amó.
 

sábado, 12 de agosto de 2023

Quiero misericordia y no sacrificios

Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías

Dios quería de los israelitas, por su propio bien, no sacrificios y holocaustos, sino fe, obediencia y justicia. Y así, por boca del profeta Oseas, les manifestaba su voluntad, diciendo: Yo quiero misericordia y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos. Y el mismo Señor en persona les advertía: Si hubieseis comprendido bien lo que quiere decir: «Yo quiero misericordia y no sacrificios», no habríais juzgado mal de los que no han cometido pecado alguno, con lo cual daba testimonio a favor de los profetas, de que predicaban la verdad, y a ellos les echaba en cara su culpable ignorancia.
Y al enseñar a sus discípulos a ofrecer a Dios las primicias de su creación, no porque él lo necesite, sino para el propio provecho de ellos, y para que se mostrasen agradecidos, tomó pan, que es un elemento de la creación, pronunció la acción de gracias, y dijo: Esto es mi cuerpo. Del mismo modo, afirmó que el cáliz, que es también parte de esta naturaleza creada a la que pertenecemos, es su propia sangre, con lo cual nos enseñó cuál es la oblación del nuevo Testamento; y la Iglesia, habiendo recibido de los apóstoles esta oblación, ofrece en todo el mundo a Dios, que nos da el alimento, las primicias de sus dones en el nuevo Testamento, acerca de lo cual Malaquías, uno de los doce profetas menores, anunció por adelantado: Vosotros no me agradáis —dice el Señor de los ejércitos—, no me complazco en la ofrenda de vuestras manos. Desde el oriente hasta el poniente es grande mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrecerá incienso a mi nombre y una oblación pura, porque mi nombre es grande entre las naciones —dice el Señor de los ejércitos—, con las cuales palabras manifiesta con toda claridad que cesarán los sacrificios del pueblo antiguo y que en todo lugar se le ofrecerá un sacrificio, y éste ciertamente puro, y que su nombre será glorificado entre las naciones.
Este nombre que ha de ser glorificado entre las naciones no es otro que el de nuestro Señor, por el cual es glorificado el Padre, y también el hombre. Y si el Padre se refiere a su nombre, es porque en realidad es el mismo nombre de su propio Hijo, y porque el hombre ha sido hecho por él. Del mismo modo que un rey, si pinta una imagen de su hijo, con toda propiedad podrá llamar suya aquella imagen, por la doble razón de que es la imagen de su hijo y de que es él quien la ha pintado, así también el Padre afirma que el nombre de Jesucristo, que es glorificado por todo el mundo en la Iglesia, es suyo porque es el de su Hijo y porque el mismo, que escribe estas cosas, lo ha entregado por la salvación de los hombres.
Por lo tanto, puesto que el nombre del Hijo es propio del Padre, y la Iglesia ofrece al Dios todopoderoso por Jesucristo, con razón dice, por este doble motivo: En todo lugar se ofrecerá incienso a mi nombre y una oblación pura. Y Juan, en el Apocalipsis, nos enseña que el incienso es las oraciones de los santos.

viernes, 11 de agosto de 2023

Atiende a lo esencial

De la Carta de santa Clara, virgen, a la santa Inés de Praga

Dichoso, en verdad, aquel a quien le es dado alimentarse en el sagrado banquete y unirse en lo íntimo de su corazón a aquel cuya belleza admiran sin cesar las multitudes celestiales, cuyo afecto produce afecto, cuya contemplación da nueva fuerza, cuya benignidad sacia, cuya suavidad llena el alma, cuyo recuerdo ilumina suavemente, cuya fragancia retornará los muertos a la vida y cuya visión gloriosa hará felices a los ciudadanos de la Jerusalén celestial: él es el brillo de la gloria eterna, un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha, el espejo que debes mirar cada día, oh reina, esposa de Jesucristo, y observar en él reflejada tu faz, para que así te vistas y adornes por dentro y por fuera con toda la variedad de flores de las diversas virtudes, que son las que han de constituir tu vestido y tu adorno, como conviene a una hija y esposa castísima del Rey supremo. En este espejo brilla la dichosa pobreza, la santa humildad y la inefable caridad, como puedes observar si, con la gracia de Dios, vas recorriendo sus diversas partes.
Atiende al principio de este espejo, quiero decir a la pobreza de aquel que fue puesto en un pesebre y envuelto en pañales. ¡Oh admirable humildad, oh pasmosa pobreza! El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es reclinado en un pesebre. En el medio del espejo considera la humildad, al menos la dichosa pobreza, los innumerables trabajos y penalidades que sufrió por la redención del género humano. Al final de este mismo espejo contempla la inefable caridad por la que quiso sufrir en la cruz y morir en ella con la clase de muerte más infamante. Este mismo espejo, clavado en la cruz, invitaba a los que pasaban a estas consideraciones, diciendo: ¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor! Respondamos nosotros, a sus clamores y gemidos, con una sola voz y un solo espíritu: Mi alma lo recuerda y se derrite de tristeza dentro de mi. De este modo, tu caridad arderá con una fuerza siempre renovada, oh reina del Rey celestial.
Contemplando además sus inefables delicias, sus riquezas y honores perpetuos, y suspirando por el intenso deseo de tu corazón, proclamarás: «Arrástrame tras de ti, y correremos atraídos por el aroma de tus perfumes, esposo celestial. Correré sin desfallecer, hasta que me introduzcas en la sala del festín, hasta que tu mano izquierda esté bajo mi cabeza y tu diestra me abrace felizmente y me beses con los besos deliciosos de tu boca.»
Contemplando estas cosas, dígnate acordarte de ésta tu insignificante madre, y sabe que yo tengo tu agradable recuerdo grabado de modo imborrable en mi corazón, ya que te amo más que nadie.

jueves, 10 de agosto de 2023

Administró la sangre de Cristo

De los Sermones de san Agustín, obispo

La Iglesia de Roma nos invita hoy a celebrar el triunfo de san Lorenzo, que superó las amenazas y seducciones del mundo, venciendo así la persecución diabólica. Él, como ya se os ha explicado más de una vez, era diácono de aquella Iglesia. En ella administró la sangre sagrada de Cristo, en ella también derramó su propia sangre por el nombre de Cristo. El apóstol san Juan expuso claramente el significado de la Cena del Señor, con aquellas palabras: Como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Así lo entendió san Lorenzo; así lo entendió y así lo practicó; lo mismo que había tomado de la mesa del Señor, eso mismo preparó. Amó a Cristo durante su vida, lo imitó en su muerte.
También nosotros, hermanos, si lo amamos de verdad, debemos imitarlo. La mejor prueba que podemos dar de nuestro amor es imitar su ejemplo, porque Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Según estas palabras de san Pedro, parece como si Cristo sólo hubiera padecido por los que siguen sus huellas, y que la pasión de Cristo sólo aprovechara a los que siguen sus huellas. Lo han imitado los santos mártires hasta el derramamiento de su sangre, hasta la semejanza con su pasión; lo han imitado los mártires, pero no sólo ellos. El puente no se ha derrumbado después de haber pasado ellos; la fuente no se ha secado después de haber bebido ellos.
Tenedlo presente, hermanos: en el huerto del Señor no sólo hay las rosas de los mártires, sino también los lirios de las vírgenes y las yedras de los casados, así como las violetas de las viudas. Ningún hombre, cualquiera que sea su género de vida, ha de desesperar de su vocación: Cristo ha sufrido por todos. Con toda verdad está escrito de él: Nuestro Salvador quiere que todos los hombres se salven y lleguen al pleno conocimiento de la verdad.
Entendamos, pues, de qué modo el cristiano ha de seguir a Cristo, además del derramamiento de sangre, además del martirio. El Apóstol, refiriéndose a Cristo, dice: A pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. ¡Qué gran majestad! Al contrario, se anonadó a sí mismo, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. ¡Qué gran humildad!
Cristo se rebajó: esto es, cristiano, lo que debes tú procurar. Cristo se sometió: ¿cómo vas tú a enorgullecerte? Finalmente, después de haber pasado por semejante humillación y haber vencido la muerte, Cristo subió al cielo: sigámoslo. Oigamos lo que dice el Apóstol: Si habéis sido resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios.

miércoles, 9 de agosto de 2023

Frente a la Cruz

En las lecturas de hoy hay dos situaciones que las podemos encontrar en nuestra vida, o en la vida de nuestro alrededor: el desaliento del pueblo de Israel y el hablar contra Dios por lo que le sucede, y la actitud de la mujer cananea frente a Jesús que no se deja desalentar frente a la respuesta de Jesús.
Cuando nos suceden algunas cosas o nos llega una cruz, que nos parece pesada, tenemos dos caminos: o aceptamos la Cruz y recibimos la Gracia del Señor para llevarlo, o nos renegamos contra Dios y nos toca cargar solos la Cruz.
A veces nos renegamos contra Dios porque pensamos que no nos tiene que ocurrir nada a nosotros y por eso clamamos al cielo ¿por qué a mí? Y ¿por qué no a ti? Si todos somos hijos, ¿por qué el Padre no puede pedirle a un hijo lo mismo que le pidió a su Único Hijo? 

Muchas veces creemos que la Cruz es una desgracia para nosotros, porque hemos crecido con la certeza de que si rezamos y vamos a misa nada nos tiene que ocurrir, y por eso, siendo personas de fe nos renegamos contra Dios y nos deprimimos porque "eso a mí no me tenía que ocurrir".
Sin embargo, muchas veces, nos encontramos con cristianos que no tienen tanta vida de oración o eucarística y que viven con mayor confianza la Cruz que les toca llevar. Es ahí donde vemos que no es que haya resignación, sino que hay aceptación del querer de Dios para sus vidas, porque, desde la sencillez y humildad, han aceptado el camino que Dios les pide recorrer.
"Ella se acercó y se postró ante él diciendo: «Señor, ayúdame».
Él le contestó: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».
En aquel momento quedó curada su hija".

martes, 8 de agosto de 2023

Guías ciegos

"Se acercaron los discípulos y le dijeron:
«¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oírte?».
Respondió él:
«La planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz. Dejadlos, son ciegos, guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo».
A veces nos creemos tan listo que llegamos a ser tontos, y no porque no seamos listos, sino porque no queremos escuchar o ver, porque no hay peor ciego que el que no quiere ver o no hay peor sordo que el que no quiere escuchar. Y si seguimos veremos que no hay peor tonto que el que se cree más inteligente que el resto.
Es cierto que puedes ser listo o inteligente, que puedes tener más cultura o más estudios, pero si te dejas vences por la envidia, el egoísmo o la vanidad, entonces ya todo lo que sabías o entendáis no te sirve para nada, porque lo has tapado todo o no has querido entender nada.
Y así nos pasa que, a veces, nos dejamos conducir por esos que se creen muy listos o inteligentes o sabios, y no lo son porque no se dejan guiar por la Voluntad de Dios, sino que han hecho oídos sordos a Dios y han abierto sus oídos al mundo, a sus ideologías y nuevas formas de vivir. Esos son los que quieren hacer un evangelio a su medida y según los criterios del mundo, que hoy con blancos, mañana negros, pasado rosas y vaya a saber de qué color son pasado mañana.
En cambio el Evangelio es lo que perdura, es la Palabra de Dios que es eterna y que siempre nos da vida nueva si sabemos leer, reflexionar y escuchar a Dios que nos habla por medio de Su Palabra. Pero si escuchando no oímos, o si oyendo no escuchamos, entonces nos tornamos ciegos que quieren hacer de guías de otros que no se dan cuenta que van camino hacia el pozo de la mentira y la oscuridad.

 

lunes, 7 de agosto de 2023

Una Nueva Ley

De la carta llamada de Bernabé

Dios invalidó los sacrificios de la ley antigua, para que la nueva ley de nuestro Señor Jesucristo, que no está sometida al yugo de la necesidad, tuviera una oblación no hecha por mano de hombre. Por esto les dice también: Cuando saqué a vuestros padres de Egipto, no les ordené ni les hablé de holocaustos y sacrificios; ésta fue la orden que les di: «Que nadie medite en su corazón daños contra el prójimo; no améis jurar en falso.»
Debemos, pues, comprender, si somos sensatos, los sentimientos de bondad de nuestro Padre; él nos habla, enseñándonos cómo debemos acercarnos a él, porque no quiere que lo busquemos por caminos desviados, como ellos. A nosotros, pues, nos dice: Sacrificio para el Señor es un espíritu quebrantado; olor de suavidad para el Señor es el corazón que glorifica al que lo ha plasmado. Por tanto, hermanos, debemos investigar diligentemente acerca de nuestra salvación, para que el maligno seductor no se introduzca furtivamente entre nosotros y nos aparte de la vida verdadera.
Les dice también, acerca de estas cosas: No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces. ¿Es ése el ayuno que el Señor desea para el día en que el hombre se mortifica? A nosotros, en cambio, nos dice: El ayuno que yo quiero es éste —oráculo del Señor—: Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo.
Evitemos, pues, toda obra vana, odiemos de corazón el camino de la iniquidad. No os repleguéis sobre vosotros mismos, no viváis para vosotros solos, pensando que ya estáis justificados, sino reuníos para indagar juntos lo que es provechoso para todos. Dice, en efecto, la Escritura: ¡Ay de los que se tienen por sabios y se creen perspicaces! Hagámonos espirituales, hagámonos un templo perfecto para Dios. En lo que dependa de nosotros, no olvidemos el temor de Dios y esforcémonos en guardar sus mandamientos, para que su voluntad sea nuestra delicia.
El Señor sin acepción de personas juzgará al mundo. Cada cual recibirá el pago de sus obras: si ha obrado bien, su justicia le precederá; si mal, el castigo de su maldad irá ante él; no nos abandonemos con la confianza de que somos de los llamados, no sea que nos durmamos en nuestros pecados, y el príncipe de maldad apoderándose de nosotros, nos aparte del reino del Señor.
Considerad aún esto, hermanos míos: pues vemos que los israelitas, a pesar de todas las señales y prodigios que Dios obró en su presencia, fueron rechazados, vigilemos para que en nosotros no se cumpla aquella sentencia evangélica: Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos.

domingo, 6 de agosto de 2023

Que bien estamos aquí!

Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

Siempre ha sido una frase de San Pedro que me ha conmovido, o me ha hecho pensar, y, quizás, siempre me repita con lo mismo, pero no puedo dejar de pensar en ese momento que ellos vivieron en la cima del Monte con Jesús: estar ahí, en ese momento, viendo a Jesús transfigurado, ver su resplandor y escuchar el diálogo con Moisés y Elías, tiene que ser algo sumamente inimaginable.
Es, quizás, una experiencia que, también, nosotros, podríamos tener si enfocamos nuestra mirada y nuestro corazón en el Señor. Sí, en Jesús, ya sea el que está en el Sagrario, el que está en la Misa o el que está expuesto en el Santísimo Sacramento del Altar, o, cuando hacemos verdadera oración personal en nuestra casa, en el campo, o en cualquier otro lugar. Porque, en definitiva, lo que el Evangelio nos muestra es una perfecta adoración de la divinidad de Jesús ¡es el misterio de nuestra fe! Y dónde podemos estar frente a Jesús como el Misterio de nuestra fe, sino frente a la Eucaristía.
Claro que para ello tenemos que acostumbrarnos a hacer silencio contemplativo, a buscar en el silencio y escuchar a Dios que nos habla, que nos susurra al oído del corazón cosas maravillosas, pero que, primero, nos dice: ¡Este es mi Hijo, el Amado, en quien me complazco! ¡Escuchadlo!
Y, sí, creo que son esas palabras a las que les tenemos un poco de miedito. Porque tenemos que escuchar lo que el Hijo Amado nos diga, y, como dijo María a los sirvientes en las bodas de Caná: ¡haced todo lo que él os diga! Son frases que se van uniendo en la misma oración, en la misma contemplación y nos exhortan a escuchar, y si escuchamos tenemos dos opciones: hacemos lo que Él nos diga, o nos hacemos los sordos y seguimos con nuestro propio ritmo.
Claro es que la primera opción lleva consigo respuesta a otra exigencia: quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue su cruz de cada día, y sígame. Son todas frases que nos van exigiendo cambios constantes en nuestras vidas, pero cambios que nos llevan a vivir una Vida en plenitud, porque al aceptar el desafío de hacer lo que Él nos diga, aceptamos recibir su Gracia y será Él quien, en definitiva, nos lleve a alcanzar la meta que el Padre tiene pensada para cada uno: la santidad en el amor, por eso también nos dice: ¡Levantaos, no temáis!

sábado, 5 de agosto de 2023

La seducción del baile

"El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos y le gustó tanto a Herodes que juró darle lo que pidiera.
Ella, instigada por su madre, le dijo:
«Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan Bautista».
El rey lo sintió; pero, por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran; y mandó decapitar a Juan en la cárcel.
Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven, y ella se la llevó a su madre".
Hoy en día no somos pocos los cristianos que nos dejamos convencer por el baile que el mundo nos propone, y, como Herodes, nos dejamos convencer por miedo al qué dirán y matamos los grandes ideales de nuestra fe. Dejamos que el baile de los sentidos más primitivos y las buenas curvas de las nuevas ideologías nos convenzan de tal manera que somos capaces de dejarnos llevar por ello, en lugar de dejarnos convencer por el Camino que hemos elegido cuando dijimos ser cristianos.
Herodes, por miedo a quedar mal ante sus invitados, cedió al pedido de esa muchacha que lo cautivó con su baile. Nosotros por miedo a que nos tilden de "beatos" o vaya a saber qué cosa, nos dejamos llevar por las modas y vamos predicando y, muchas veces, queriendo cambiar el evangelio, por los bailes de las ideología contemporáneas. Ideologías que hoy te dicen rosa y mañana negro, pasado verde y así van dejando vidas sin sentido pues sólo se visten del color de moda, pero no maduran en su interior.
Claro que es más fácil cambiar el color de afuera que llenar el vacío de adentro, pues deshacernos de lo mundano para llenarnos del Espíritu de Dios, nos lleva a tener que abrirnos paso entre la multitud y protegernos de los seductores bailes del mundo. Pero, sabemos, que sólo hay Un Camino que puede dar sentido verdadero a mi vida, no es sólo un color, sino que es una Vida que nos da vida, y, sobre todo, para que la tengamos en abundancia.

viernes, 4 de agosto de 2023

El cura párroco

"La gente decía admirada.
«De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?».
Y se escandalizaban a causa de él.
Jesús les dijo:
«Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta».
Y no hizo allí muchos milagros, por su falta de fe".
Hoy es el día del cura párroco, un oficio que no todos los sacerdotes tienen, pero que pueden tenerlo. Porque en realidad la vocación es al sacerdocio y, después, podemos recibir algún oficio dentro de la iglesia y puede no ser de cura párroco. El oficio de cura párroco (por eso no es mala palabra decir cura, pues se refiere a la cura de almas) es para aquél a quien el obispo le confiere la misión de hacerse cargo de la "cura pastoral" de una parroquia o de varias (como ocurre en estos tiempos)
Como todos los oficios tiene sus lados buenos y sus lados malos, pero, que, en definitiva es un oficio como cualquier otro, pero un poco más delicado pues se nos ha conferido guiar a una porción del Pueblo de Dios, por el Camino que Jesús nos ha propuesto en el Evangelio. Claro es que para esa misión, cada uno, recibe dones especiales y carismas particulares y los va aplicando de acuerdo a su propio criterio, conforme a los planes pastorales que su obispo va dando.
Claro que nuestra función no es sólo administrativa, sino pastoral, pues pastoreamos, intentando hacerlo como lo hacía Jesús el Buen Pastor, pero no siempre es tan fácil, pues nuestra humanidad siempre estará presente en nuestras vidas y en la vida de todos los que hemos sido llamados a esta vocación sacerdotal, pues no somos ángeles, sino hombres con un llamado particular, pero no se nos quita el peso de nuestra humanidad ni de nuestro pecado. Pero sí se nos da la Gracia para el oficio que se nos ha confiado.
Y ¿qué tiene que ver el evangelio de hoy con lo que estoy poniendo? Tiene mucho que ver, porque el sacerdotes, ya sea vicario o párroco, viene a formar parte de su pueblo, de su gente, y, muchas veces, no vemos en la persona del sacerdote a Jesús, y, como le pasó a Él mismo en su pueblo, no es apreciado en lo que Dios le ha conferido, sino que no se valora su entrega a Dios y a sus hermanos. Muchas veces queremos tener un sacerdote a nuestra medida, que haga lo que yo quiero y como yo quiero, que diga lo que quiero escuchar y que sea perfecto, y tantas otras cosas más que solemos escuchar en la voz de aquellos que, muchas veces, no aportan casi nada en las comunidades parroquiales, pero sí se llenan la boca de comentarios que no ayudan, tampoco, a la tarea de evangelizar que le fuera confiada a todos los bautizados.
Ojalá aprendamos a valorar y, sobre todo, a acompañar la tarea de los curas párrocos, no sólo con la aportación de nuestro tiempo en las tareas evangelizadoras, sino, sobre todo, con nuestra oración por ellos, para que puedan ser fieles a la Voluntad de Dios y ejerzan su oficio como Dios nos lo está pidiendo en estos tiempos y para cada tiempo y lugar.