San Pablo en la Carta a los Efesios dice:
"como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados".
¿Cuál es la esperanza que tenemos? ¿Cuál es la vocación a la que hemos sido convocados? Son preguntas que, generalmente, no nos hacemos demasiado, o mejor dicho, no nos hacemos nunca.
Pero, ¿por qué no nos preguntamos por nuestra vocación? Pues creo que porque la palabra vocación ha estado siempre unida al sacerdocio o la vida consagrada. Y son dos vocaciones que han un poco de alergia en los cristianos, pues pocos son los que verdaderamente no tienen temor de que el Señor los llame para una entrega especial.
Pero la vocación es el llamado que Dios nos hace, es el sentido que le daremos a nuestra vida cuando comprendemos quiénes somos y para qué estamos, o mejor dicho, para que Dios quiere que estemos en donde estamos. Pasa que en este siglo de las sensaciones nos movemos más por lo que sentimos o nos gusta, que por lo que deberíamos ser.
Pero, también es cierto, que no siempre se nos ha enseñado a cómo discernir nuestra vocación, a cómo encontrar la Voluntad de Dios. Y, en cierto modo, tampoco hemos preguntado, pues ser cristiano pasó de ser la razón de nuestra vida, a ser algo más que en nuestra vida.
Dios nos ha llamado y nos dado una Vida Nueva en su Hijo, una Vida que nace de su Amor por y para el Hombre. Esa Vida en Dios es nuestra primera vocación: Dios nos llama a ser sus hijos, a imagen de su Unigénito, por eso Jesús nos dice como principal rasgo en nuestra vida: sed santos porque vuestro Padre Celestial es santo, sed perfectos porque vuestro Padre Celestial es Perfecto.
Y, a partir de ahí, comienza nuestro camino... o no. Porque si bien Dios nos llama podemos no responder a su llamado, podemos seguir adelante haciéndonos los sordos, o poniendo mil excusas para no vivir de acuerdo a su Amor, que es Su Voluntad.
Aunque cuando el corazón del hombre se encuentra con el corazón de Dios, y comienza el diálogo del Amor, ese Amor enciende la llama del Espíritu y nos lanzamos detrás de Él, pues sabemos y experimentamos que sólo Él es la razón de nuestro vivir, que sólo en Él todo lo podemos porque respondemos con generosidad a su llamado.
Un llamado que nos llena de de esperanza, de una esperanza cierta de que podremos alcanzar aquello que Él nos pide vivir, no porque tengamos fuerza y valor, sino porque Su Espíritu enciende nuestros corazones y nos llena de todos sus Dones para ser Fieles a la Vida que Él nos llamó a vivir.
Y es esa esperanza cierta la que convierte la debilidad en fortaleza, el desánimo en ánimo, la tristeza en alegría, la oscuridad en luz...
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