sábado, 29 de febrero de 2020

Sanos y salvos

Esto dice el Señor:
«Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía.
El Señor te guiará siempre, hartará tu alma en tierra abrasada, dará vigor a tus huesos.
Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas que no engañan..."
¿Por qué el Señor nos pide constantemente que nos convirtamos? ¿Por qué siempre nos llama a la conversión del corazón? Porque no quiere que vivamos en las tinieblas del dolor, de la opresión, de hambre de paz. Cuando el corazón del hombre se deja llevar por los pecados del mundo, cuando no se libera de las cadenas del rencor, del odio, del dolor que producen los sinsabores de todos los días, el rencor se apodera del corazón y lo va tornando duro como la piedra, y, sin querer, se va transformando en lo que nunca quiso ser.
No pocas veces nos encontramos con gente que ha sufrido mucho, que la han echo sufrir mucho y que, por eso, su corazón guarda dolores antiguos y rencores nuevos. Sin embargo, el Señor nos llama a dejar en sus Manos todo aquello que no nos hace bien, que nos va quitando poco a poco la paz del alma, y nos va tornando tristes porque el dolor ha puesto su raíz en nuestros corazones.
Por eso, no sólo nos tenemos que convertir de nuestros pecados, sino que tenemos que ser nosotros mismos quienes nos liberemos, muchas veces, de las cadenas del rencor, del deseo de venganza, del no poder perdonar y del no poder pedir perdón. Porque son las tinieblas de dolores ocultos y rencores guardados, lo que le dan tristeza al corazón y no nos permiten iluminar con la Luz del Espíritu que quiere brillar en nosotros.
Cuando le pedimos al Señor que no rompa las cadenas que atan nuestros corazones a viejos sinsabores, se abre para nosotros la brecha de la esperanza, pues la esperanza de que el Señor sane nuestras heridas, se transforma en una realidad que nos devuelve la alegría de la salvación, nos alcanza la Gracia del gozo de haber sido sanados por Su Amor, y renovados por su Espíritu, para que "brille la luz" de la alegría en nuestras vidas, y ella ilumine la vida de otros que, como nosotros, buscan el camino de la salvación, de la sanación.
"Jesús les respondió:
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan».

viernes, 28 de febrero de 2020

Prácticas vacías ¡no las quiero!

"¿Para qué ayunar, si no haces caso; mortificarnos, si no te enteras?"
En realidad, el día de ayuno hacéis vuestros negocios y apremiáis a vuestros servidores; ayunáis para querellas y litigios, y herís con furibundos puñetazos.
No ayunéis de este modo, si queréis que se oiga vuestra voz en el cielo".
Al Señor no le gusta que nuestras prácticas religiosas, ya sean cuaresmales, penitenciales, o de alabanzas, sean prácticas vacías o por el simple hecho de cumplir con una prescripción. Las prácticas religiosas tienen que ser la expresión de una realidad interior, es algo que manfiiesta nuestra relación con el Señor y con los hermanos, sino caemos en lo mismo que Jesús le criticaba a los fariseos de su tiempo, porque queremos aparentar algo que, en realidad, no somos.
Es cierto que no siempre alcanzaremos la perfección, pero tampoco nos conformemos con el mero "cumplir" sin vivir. Las prácticas religiosas como el ayuno y la abstinencia, nos ayudan a moritificar nuestro cuerpo para fortalecer nuestro espíritu, y así poder ser fieles a la Voluntad de Dios. Pero si sólo queremos hacer los ayunos y las abstinencias para cumplir con una prescripción eclesiástica, y después, como dice el Señor, sembramos querellas y litigios, y herimos con furibundos puñetazos... de nada sirve todo lo que hagamos porque no hay una verdadera conversión del corazón hacia el Amor que el Señor quiere que vivamos.
En estos días de cuaresma la iglesia nos pide hace sacrificios, limosnas y oración para que se exteriorice nuestro deseo de conversión, de entrega de nuestra vida al Señor y a los hermanos necesitados. Pero, de nada habrá servido que en cuarenta días haga alguna de estas cosas, si después de los cuarenta días no vuelvo a hacer nada de eso. Estos sacrificios cuaresmales no son un pago a cuenta de lo que Dios me puede llegar a "cobrar" el día del juicio, sino que son actos que nos ayudan a buscar a Dios para vivir como Él nos está pidiendo vivir.
"Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad en tu presencia.


Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias".
Reconocer mi pecado, mis faltas de amor hacia los demás, mis actos de vanidad, orgullo, soberbia y todo lo que me aleja de Dios y de mis hermanos, es el mejor sacrifico que puedo ofrecer al Señor, porque ahí es cuando verdaderamente digo que estoy arrepentido y que quiero alcanzar la salvación.

jueves, 27 de febrero de 2020

El Señor me invita, yo elijo

"Pongo delante de ti la vida y muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, para que viváis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, adhiriéndote a el, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que juró dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob».
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?».
Tanto el Señor a Moisés, como Jesús a los que lo seguían, nos dan a elegir el camino que queramos recorrer. NO es una obligación seguirlo a Jesús, pero si lo seguimos tenemos que saber cuáles son las condiciones y cuáles son los resultados, por eso, antes de elegir un camino, tenemos que conocer las condiciones. Y, ni el Padre, ni el Hijo han escrito un contrato con letra pequeña, sino que han sido muy claros a la hora de darnos a conocer los "riesgos" del camino.
"Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga".
La negación a uno mismo no significa perder la libertad de ser uno mismo, sino todo lo contrario, pues nadie nos conoce más a nosotros mismos como aquél que "nos tejió en el seno de nuestra madre", porque el Hijo no puede hacer otra cosa que lo que hace el Padre, y escuchar al Hijo, su Palabra, y seguir sus consejos, es lo mejor que nos puede suceder, pues nunca nos va a llevar por Caminos que no podamos transitar, ni tampoco nos guiará hacia nuestra propia destrucción, sino que nos llevará hacia la plenitud de nuestra propia vida.
Negarnos a nosotros mismos, es tener una constante lucha con nosotros mismos y con el mundo, pues nuestro yo humano siempre deseará los ideales del mundo, porque en el mundo estamos. Pero no somos del mundo, porque por el bautismo hemos sido configurados hijos de Dios a imagen del Hijo, y así, ya no somos del mundo, aunque estemos en él.
Y serán esos momentos, de cada día, donde tengamos que elegir, pues la elecciones de cada día irán definiendo mi forma de ser, de actuar, de vivir; y, aunque, lleve el nombre de cristiano, muchas veces no actuaré como tal o casi nunca, porque me dejaré llevar por las tentaciones del mundo, sin tener en cuenta lo que verdaderamente soy: hijo de Dios.
Por eso, tengo que tener en cuenta que en cada elección particular que haga, sabré hacia dónde me dirijo:
"Pero, si tu corazón se aparta y no escuchas, si te dejas arrastrar y te postras ante otros dioses y les sirves, yo os declaro hoy que moriréis sin remedio; no duraréis mucho en la tierra adonde tú vas a entrar para tomarla en posesión una vez pasado el Jordán".

miércoles, 26 de febrero de 2020

Nuestro camino de convesión

"Y como cooperadores suyos, os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Pues dice:
«En tiempo favorable te escuché, en el día de la salvación te ayudé».
Pues mirad: ahora es tiempo favorable, ahora es el día de la salvación".
Así le decía san Pablo a los Corintios, y hoy, al comenzar la Cuaresma, también nos lo dice a nosotros. Y no nos lo dice por obligación, sino que nos lo dice para que lo tengamos en cuenta porque este es un tiempo favorable para nuestra conversión, para que, por medio de un gesto tan simple y sencillo, como es la imposición de las cenizas, demos comienzo a un gran cambio en nuestra vida.
Sabemos que el Señor siempre nos escucha, aunque, muchas veces, pensemos que se hace le sordo a nuestras peticiones, pero, en verdad, siempre nos escucha e intenta llenarnos de sus Gracias para que podamos alcanzar la Vida tan deseada, pero no por el camino que nosotros queremos, sino por el Camino de Su Voluntad.
Y ahí está lo que hoy comenzamos a vivir, un encuentro vivo y real con el Señor, para que, liberándonos de nuestros pecados podamos ver con claridad cuál es Su Voluntad, y con su Gracia poder vivirla. De nada sirve hacer los sacrificios y oraciones propios de la Cuaresma si no tengo un deseo claro de encontrar caminos de santidad, de santificación para mi vida.
¿Para qué hacer sacrificios de conversión si no tengo nada que convertir? Es como querer ir al médico y decirle que estoy sano, que no necesito nada de él. Entonces ¿de qué me tengo que convertir? ¿Qué cosas hay en mi vida que no están de acuerdo a la Voluntad de Dios? Para eso tendría que volver a leer las lecturas del domingo pasado, donde el Señor nos invitaba a dejar de lado los pensamientos y la sabiduría del mundo y buscar la Sabiduría que viene de Dios, no dejarnos inundar de las "bondades" del mundo, sino de la Gracia de Dios.
A veces, hay gente que viene a confesarse y te dice: "pregúnteme usted padre, porque yo no sé si tengo pecado", y yo le digo: "mire, hay millones de pecados que podemos cometer, tendría que estar toda la semana haciendo preguntas". Y es porque no tenemos conciencia de pecado, o, mejor dicho, es porque no nos hemos formado la conciencia para saber qué es lo que estoy haciendo en contra de la Voluntad de Dios, y qué es lo que estoy haciendo a favor de la voluntad del mundo.
Por eso, el Señor, nos envía a buscar en Su Palabra la respuesta a nuestras preguntas, y con Su Palabra nos ayuda a discernir lo que es Su Voluntad y lo que es la voluntad del mundo. Hoy, es un día especial que nos invita a volver nuestra mirada hacia la Palabra de Dios, que sea Ella la que ilumine, con la Luz del Espíritu, nuestra vida y nos ayude a descubrir nuestro camino de conversión.

martes, 25 de febrero de 2020

Todo tiene su tiempo bajo la l sol

San Gregorio de Nisa
De las homilías sobre el libro del Eclesiastés 6
Tiene su tiempo -leemos- el nacer y su tiempo el morir. Bellamente comienza yuxtaponiendo estos dos hechos inseparables, el nacimiento y la muerte. Después del nacimiento, en efecto, viene inevitablemente la muerte, ya que toda nueva vida tiene por fin necesario la disolución de la muerte.
Tiene su tiempo -dice- el nacer y su tiempo el morir. ¡Ojalá se me conceda también a mí el nacer a su tiempo y el morir oportunamente! Pues nadie debe pensar que el Eclesiastés habla aquí del nacimiento involuntario y de la muerte natural, como si en ello pudiera haber algún mérito. Porque el nacimiento no depende de la voluntad de la mujer, ni la muerte del libre albedrío del que muere. Y lo que no depende de nuestra voluntad no puede ser llamado virtud ni vicio. Hay que entender esta afirmación, pues, del nacimiento y muerte oportunos.
Según mi entender, el nacimiento es a tiempo y no abortivo cuando, como dice Isaías, aquel que ha concebido del temor de Dios engendra su propia salvación con los dolores de parto del alma. Somos, en cierto modo, padres de nosotros mismos cuando, por la buena disposición de nuestro espíritu y por nuestro libre albedrío, nos formamos a nosotros mismos, nos engendramos, nos damos a luz.
Esto hacemos cuando aceptamos a Dios en nosotros, hechos hijos de Dios, hijos de la virtud, hijos del Altísimo. Por el contrario, nos damos a luz abortivamente y nos hacemos imperfectos y nacidos fuera de tiempo cuando no está formada en nosotros lo que el Apóstol llama la forma de Cristo. Conviene, por tanto, que el hombre de Dios sea íntegro y perfecto.
Así, pues, queda claro de qué manera nacemos a su tiempo y, en el mismo sentido, queda claro también de qué manera morimos a su tiempo y de qué manera, para san Pablo, cualquier tiempo era oportuno para una buena muerte. Él, en efecto, en sus escritos, exclama a modo de conjuro: Por el orgullo que siento por vosotros, cada día estoy al borde de la muerte, y también: Por tu causa nos degüellan cada día. Y también nosotros nos hemos enfrentado con la muerte.
No se nos oculta, pues, en qué sentido Pablo estaba cada día al borde de la muerte: él nunca vivió para el pecado, mortificó siempre sus miembros carnales, llevó siempre en sí mismo la mortificación del cuerpo de Cristo, estuvo siempre crucificado con Cristo, no vivió nunca para sí mismo, sino que Cristo vivía en él. Ésta, a mi juicio, es la muerte oportuna, la que alcanza la vida verdadera.
Yo -dice el Señor- doy la muerte y la vida, para que estemos convencidos de que estar muertos al pecado y vivos en el espíritu es un verdadero don de Dios. Porque el oráculo divino nos asegura que es él quien, a través de la muerte, nos da la vida.

sábado, 22 de febrero de 2020

Sin la caridad, todo es vanidad de vanidades

De los Capítulos de san Máximo Confesor, abad, Sobre la caridad

    La caridad es aquella buena disposición del ánimo que nada antepone al conocimiento de Dios. Nadie que esté subyugado por las cosas terrenas podrá nunca alcanzar esta virtud del amor a Dios.
    El que ama a Dios antepone su conocimiento a todas las cosas por él creadas, y todo su deseo y amor tienden continuamente hacia él.
    Como sea que todo lo que existe ha sido creado por Dios y para Dios, y Dios es inmensamente superior a sus creaturas, el que dejando de lado a Dios, incomparablemente mejor, se adhiere a las cosas inferiores demuestra con ello que tiene en menos a Dios que a las cosas por él creadas.
    El que me ama -dice el Señor- guardará mis mandamientos. Este es mi mandamiento:que os améis unos a otros. Por tanto, el que no ama al prójimo no guarda su mandamiento. Y el que no guarda su mandamiento no puede amar a Dios.
    Dichoso el hombre que es capaz de amar a todos los hombres por igual.
    El que ama a Dios ama también inevitablemente al prójimo; y el que tiene este amor verdadero no puede guardar para sí su dinero, sino que lo reparte según Dios a todos los necesitados.
    El que da limosna no hace, a imitación de Dios, discriminación alguna, en lo que atañe a las necesidades corporales, entre buenos y malos, justos e injustos, sino que reparte a todos por igual, a proporción de las necesidades de cada uno, aunque su buena voluntad le inclina a preferir a los que se esfuerzan en practicar la virtud, más bien que a los malos.
    La caridad no se demuestra solamente con la limosna, sino sobre todo con el hecho de comunicar a los demás las enseñanzas divinas y prodigarles cuidados corporales.
    El que, renunciando sinceramente y de corazón a las cosas de este mundo, se entrega sin fingimiento a la práctica de la caridad con el prójimo pronto se ve liberado de toda pasión y vicio, y se hace partícipe del amor y del conocimiento divinos.
    El que ha llegado a alcanzar en sí la caridad divina no se cansa ni decae en el seguimiento del Señor su Dios, según dice el profeta Jeremías, sino que soporta con fortaleza de ánimo todas las fatigas, oprobios e injusticias, sin desear mal a nadie.
    No os contentéis con decir -advierte el profeta Jeremías-: «Somos templo delSeñor.» Tú no digas tampoco: «La sola y escueta fe en nuestro Señor Jesucristo puede darme lasalvación.» Ello no es posible si no te esfuerzas en adquirir también la caridadpara con Cristo, por medio de tus obras. Por lo que respecta a la fe sola, dicela Escritura: También los demonios creen y tiemblan.
    El fruto de la caridad consiste en la beneficencia sincera y de corazón para con el prójimo, en la liberalidad y la paciencia; y también en el recto uso de las cosas.

lunes, 3 de febrero de 2020

Amor fraterno

De los Tratados del Pseudo-Hilario, sobre los salmos.
 
    Ved qué paz y qué alegría, convivir los hermanos unidos. Ciertamente, qué paz y qué alegría cuando los hermanos conviven unidos, porque esta convivencia es fruto de la asamblea eclesial; se los llama hermanos porque la caridad los hace concordes en un solo querer.
    Leemos que, ya desde los orígenes de la predicación apostólica, se observaba esta norma tan importante: La multitud de los creyentes no era sino un solo corazón y una sola alma. Tal, en efecto, debe ser el pueblo de Dios: todos hermanos bajo un mismo Padre, todos una sola cosa bajo un solo Espíritu, todos concurriendo unánimes a una misma casa de oración, todos miembros de un mismo cuerpo que es único.
    Qué paz y qué alegría, convivir los hermanos unidos. El salmista añade una comparación para ilustrar esta paz y alegría, diciendo: Es ungüento precioso en la cabeza, que baja por la barba de Aarón hasta la franja de su ornamento. El ungüento con que Aarón fue ungido sacerdote estaba compuesto de substancias olorosas. Plugo a Dios que así fuese consagrado por primera vez su sacerdote; y también nuestro Señor fue ungido de manera invisible entre todos sus compañeros. Su unción no fue terrena; no fue ungido con el aceite con que eran ungidos los reyes, sino con aceite de júbilo. Y hay que tener en cuenta que, después de aquella unción, Aarón, de acuerdo con la ley, fue llamado ungido.
    Del mismo modo que este ungüento, doquiera que se derrame, extingue los espíritus inmundos del corazón, así también por la unción de la caridad exhalamos para Dios la suave fragancia de la concordia, como dice el Apóstol: Somos perfume que proviene de Cristo. Así, del mismo modo que Dios halló su complacencia en la unción del primer sacerdote Aarón, también es una paz y una alegría convivir los hermanos unidos.
    La unción va bajando de la cabeza a la barba. La barba es distintivo de la edad viril. Por esto nosotros no hemos de ser niños en Cristo, a no ser únicamente en el sentido ya dicho, de que seamos niños en cuanto a la ausencia de malicia, pero no en el modo de pensar. El Apóstol llama niños a todos los infieles, en cuanto que son todavía débiles para tomar alimento sólido y necesitan de leche, como dice el mismo Apóstol: Os di a beber leche; no os ofrecí manjar sólido, porque aún no lo admitíais. Y ni siquiera ahora lo admitís.

domingo, 2 de febrero de 2020

Acojamos la luz clara y eterna

De las Disertaciones de san Sofronio, obispo

    Corramos todos a su encuentro, los que con fe celebramos y veneramos su misterio, vayamos todos con el alma bien dispuesta. Nadie deje de participar en este encuentro, nadie deje de llevar su luz.
    Llevamos en nuestras manos cirios encendidos, ya para significar el resplandor divino de aquel que viene a nosotros -el cual hace que todo resplandezca y, expulsando las negras tinieblas, lo ilumina todo con la abundancia de la luz eterna-, ya, sobre todo, para manifestar el resplandor con que nuestras almas han de salir al encuentro de Cristo.
    En efecto, del mismo modo que la Virgen Madre de Dios tomó en sus brazos la luz verdadera y la comunicó a los que yacían en tinieblas, así también nosotros, iluminados por él y llevando en nuestras manos una luz visible para todos, apresurémonos a salir al encuentro de aquel que es la luz verdadera.
    Sí, ciertamente, porque la luz ha venido al mundo, para librarlo de las tinieblas en que estaba envuelto y llenarlo de resplandor, y nos ha visitado el sol que nace de lo alto, llenando de su luz a los que vivían en tinieblas: esto es lo que nosotros queremos significar. Por esto avanzamos en procesión con cirios en las manos, por esto acudimos llevando luces, queriendo representar la luz que ha brillado para nosotros, así como el futuro resplandor que, procedente de ella, ha de inundarnos. Por tanto, corramos todos a una, salgamos al encuentro de Dios.
    Ha llegado ya aquella luz verdadera que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre. Dejemos, hermanos, que esta luz nos penetre y nos transforme.
    Ninguno de nosotros ponga obstáculos a esta luz y se resigne a permanecer en la noche; al contrario, avancemos todos llenos de resplandor; todos juntos salgamos a su encuentro llenos de su luz y, con el anciano Simeón, acojamos aquella luz clara y eterna; imitemos la alegría de Simeón y, como él, cantemos un himno de acción de gracias al Engendrador y Padre de la luz, que ha arrojado de nosotros las tinieblas y nos ha hecho partícipes de la luz verdadera.
    También nosotros, representados por Simeón, hemos visto la salvación de Dios, que él ha presentado ante todos los pueblos y que ha manifestado para gloria de nosotros, los que formamos el nuevo Israel; y, así como Simeón, al ver a Cristo, quedó libre de las ataduras de la vida presente, así también nosotros hemos sido liberados del antiguo y tenebroso pecado.
    También nosotros, acogiendo en los brazos de nuestra fe a Cristo, que viene desde Belén hasta nosotros, nos hemos convertido de gentiles en pueblo de Dios (Cristo es, en efecto, la salvación de Dios Padre) y hemos visto con nuestros ojos al Dios hecho hombre; y de este modo, habiendo visto la presencia de Dios y habiéndola aceptado, por decirlo así, en los brazos de nuestra mente, somos llamados el nuevo Israel. Esto es lo que vamos celebrando, año tras año, porque no queremos olvidarlo.

sábado, 1 de febrero de 2020

Perdón, Señor, he pecado

"Llegó un peregrino a casa del rico, y no quiso coger una de sus ovejas o de sus vacas y preparar el banquete para el hombre que había llegado a su casa, sino que cogió la cordera del pobre y la aderezó para el hombre que había llegado a casa».
La cólera de David se encendió contra aquel hombre y replicó a Natán:
«Vive el Señor que el hombre que ha hecho tal cosa es reo de muerte. Resarcirá cuatro veces la cordera, por haber obrado así y por no haber tenido compasión».
Entonces Natán dijo a David:
«Tú eres ese hombre..".
Sólo he copiado el final del diálogo de Natán con David, pero es bueno volver a leerlo todo. ¿Por qué? Porque, no somos pocos los que somos muy rápidos en juzgar y condenar, pero no siempre lo hacemos sobre nosotros mismos. 
Natán le contaba a David la acción de un hombre lejano, y, por eso David, se encolerizó tanto, lo juzgó y lo condenó. Y, en realidad, la anécdota que contaba Natán era sobre él, sobre David.
Y de esto me surge una cuestión: si nosotros nos pusiéramos a pensar lo que hacemos, antes de hacerlo, creo que podríamos evitar muchos males, para nosotros mismos y para los demás. Antes de decir o hacer las cosas tendríamos que mirarlas como si las hiciera otra persona y nos daríamos cuenta si está bien o está mal.
Pero, claro para juzgarlas con criterios evangélicos y no con los criterios del mundo. Porque hoy, generalmente, no usamos criterios evangélicos para juzgar nuestras acciones, sí los usamos para juzgar a los demás. Hay personas que cuando quieren "condenarte" por algo, siempre se acuerdan del evangelio, pero para llevarlo a sus vidas, se les olvidan los pasajes más importantes.
Seguramente que Dios hoy no actuará de la misma forma que lo hizo con David, pero, su Gracia ya no estará en nosotros porque hemos sido infieles a Su Voluntad, a Su Palabra haciendo lo que no era propio de quien había prometido Fidelidad a Su Palabra.
"David respondió a Natán:
«He pecado contra el Señor».
Y Natán le dijo:
«También el Señor ha perdonado tu pecado. No morirás".
Y esta es la actitud más difícil de conseguir: reconocer nuestro pecado y pedir perdón. ¿Lo más difícil? Sí, lo más difícil. Y no sólo porque somos orgullosos y no queremos bajarnos de nuestro orgullo, sino porque hoy no hay una conciencia clara de lo que es el pecado de lo que no es pecado, porque vivimos inmerso en un mundo en tinieblas y no queremos exponernos a la Verdad, sino que nos interesa vivir en cierta "ignorancia". Y ese es también el pecado del hombre: no buscar la Luz cuando la tiene cerca.
Y, también, es difícil, o más, el pedir perdón al hermano, a aquél a quien he dañado con mis palabras o acciones. Siendo que ése es el verdadero corazón contrito y humillado que gusta al Señor, aquél que reconociendo su pecado, no sólo le pide perdón a Dios, sino que le pide perdón a su hermano a quien ha dañado.