Esto dice el Señor:
«Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía.
El Señor te guiará siempre, hartará tu alma en tierra abrasada, dará vigor a tus huesos.
Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas que no engañan..."
¿Por qué el Señor nos pide constantemente que nos convirtamos? ¿Por qué siempre nos llama a la conversión del corazón? Porque no quiere que vivamos en las tinieblas del dolor, de la opresión, de hambre de paz. Cuando el corazón del hombre se deja llevar por los pecados del mundo, cuando no se libera de las cadenas del rencor, del odio, del dolor que producen los sinsabores de todos los días, el rencor se apodera del corazón y lo va tornando duro como la piedra, y, sin querer, se va transformando en lo que nunca quiso ser.
No pocas veces nos encontramos con gente que ha sufrido mucho, que la han echo sufrir mucho y que, por eso, su corazón guarda dolores antiguos y rencores nuevos. Sin embargo, el Señor nos llama a dejar en sus Manos todo aquello que no nos hace bien, que nos va quitando poco a poco la paz del alma, y nos va tornando tristes porque el dolor ha puesto su raíz en nuestros corazones.
Por eso, no sólo nos tenemos que convertir de nuestros pecados, sino que tenemos que ser nosotros mismos quienes nos liberemos, muchas veces, de las cadenas del rencor, del deseo de venganza, del no poder perdonar y del no poder pedir perdón. Porque son las tinieblas de dolores ocultos y rencores guardados, lo que le dan tristeza al corazón y no nos permiten iluminar con la Luz del Espíritu que quiere brillar en nosotros.
Cuando le pedimos al Señor que no rompa las cadenas que atan nuestros corazones a viejos sinsabores, se abre para nosotros la brecha de la esperanza, pues la esperanza de que el Señor sane nuestras heridas, se transforma en una realidad que nos devuelve la alegría de la salvación, nos alcanza la Gracia del gozo de haber sido sanados por Su Amor, y renovados por su Espíritu, para que "brille la luz" de la alegría en nuestras vidas, y ella ilumine la vida de otros que, como nosotros, buscan el camino de la salvación, de la sanación.
"Jesús les respondió:
«No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan».